¿Cuántas veces nos hemos encontrado al volante de nuestro coche o moto y hemos tenido un susto con el vehículo de delante que ha frenado de manera precipitada?
Normalmente, ante esta situación lo que hacemos la mayoría de nosotros es continuar conduciendo sin más, pero ese pequeño susto sin importancia aparente ha dejado en nuestro cuerpo una señal que puede condicionar una respuesta desmesurada posterior, ante otro pequeño percance como que otro conductor nos toque el claxon. La ira o la rabia que aparece nos puede llegar a sorprender hasta a nosotros mismos. Creo que nos vemos identificados muchos de nosotros en este ejemplo que acabo de explicar.
Pues bien, si en vez de seguir conduciendo sin más, hacemos una pequeña reflexión e intentamos empatizar con el conductor que ha frenado bruscamente y pensar de una manera más amable, decidiendo perdonarlo ya que todos podemos cometer un error al volante, todos podemos haber pasado una mala noche porque uno de nuestros hijos por ejemplo no ha dormido bien, etc. Este perdón que le concedemos sin que ni siquiera nos lo haya pedido consigue temperar nuestro carácter.
Hay dos tipos de enfados, el que proviene de la mente emocional, que es un enfado momentáneo como el del ejemplo que acabo de explicar que es muy fácil de dominar y no debemos dejar que se nos acumulen varios de ellos, ya que el enfado cada vez será mayor y más descontrolado. Y el enfado que proviene de la mente racional que es un enfado más calculado dónde se busca la venganza por ejemplo después de una infidelidad, éste es mucho más complicado subsanar. Aunque también hay que decir que después de aplicar la venganza nos seguimos sintiendo igual de mal o peor ya que no hemos calibrado las consecuencias de nuestros actos. Otro día hablaremos de él.
Según Benjamin Franklin, el enfado es la más seductora de las emociones negativas, porque el monólogo interno que lo alienta proporciona argumentos convincentes para justificar el hecho de poder descargarlo sobre alguien. También Aristóteles dijo: que uno de los desafíos más grande que teníamos los humanos era tener el grado apropiado de enfado. Observémonos; pasado un tiempo prudencial y nos daremos cuenta que no valía la pena tal enfado o incluso olvidar el porqué nos había llevado a enfadarnos de una manera tan exagerada.
Entonces recapitulamos para analizar y decidir (desde la reflexión pausada y siempre con la empatía hacia el quién o el que nos ha propiciado tal emoción) si nos enfadamos o no. Aplicar un período oportuno de enfriamiento y buscar una distracción, nos puede ayudar.
Lo que no debemos hacer de ninguna de las maneras es:
- Alimentar el enfado con unas creencias egoístas y egocéntricas (yo puedo hacer lo que me plazca, pero ni se te ocurra hacerlo a ti).
- Dar vueltas a los motivos que nos han llevado al enojo y justificar nuestra conducta.
- Avivar los pensamientos obsesivos alrededor de esta emoción.
Como dice Daniel Goleman: uno de los remedios más poderosos para acabar con el enfado consiste en volver a encuadrar la situación desde otra perspectiva y a poder ser en un marco positivo.
Mi marido, que conduce la mayor parte del tiempo, dice que esta habilidad es inalcanzable. Yo sólo le propongo que LA PRACTIQUE!!